III

La santidad, las formas de martirio y mortificación del cuerpo, deberían ser objeto de especial atención y de revisión continua. Bajo un cielo gris y plomizo, una figura femenina, desnuda, cubierta tan sólo por una gabardina, tambaleándose, asciende a duras penas por unas rocas, mientras las olas salpican su cara; como lleva tacones, tropieza más de una vez, está a punto de caerse, pero logra conservar el equilibrio. Sigue el ascenso sin desfallecer, hacia el camino que bordea la costa; su largo pelo rubio es agitado por el viento, la carne rosada, el vello púbico, contrasta con al dureza del mineral que la rodea por todas partes, mar sólido de aristas cortantes. A medida que la elevación sobre el terreno la conduce a su destino, la actriz porno, muerta de frío, después del número de sexo al aire libre que acaba de realizar, se acerca a las cámaras y al micrófono de la entrevistadora que la esperan arriba. Nada más llegar, aterida, con el rimel corrido, los labios rojos despintados, tiritando, apenas oye qué le preguntan y casi que no puede hablar. En un susurro, más que con palabras, responde que no está muy bien pagado, y sí, sí que tiene mucho frío.

II

El contacto físico crea relaciones duraderas e intensas; este hecho lo saben muy bien el amante y el amado, la madre y el bebé, para su bien, o, en un sentido contrario, el torturador y su víctima, para desgracia de ambos. Los nexos entre lo físico y lo psíquico son inextricables, un laberinto que toma mil formas y se modifica a cada instante. Un transeúnte cualquiera recibe un golpe tremendo, en toda la cara, se tambalea, cae de bruces al suelo; entonces, sin mediar tiempo, duda entre emprender la huida o responder al ataque, lanzarse contra el agresor, quizá piensa o imagina que piensa lo que va a hacer antes de hacerlo. Empieza a sangrar, pero es muy difícil determinar el origen del titubeo, si duda el cuerpo o el alma, si la decisión parte de dentro o de fuera. Al recorrer el camino inverso, de lo psíquico a lo físico, aparecen una multitud de síntomas y signos encabalgados, dolor, palpitaciones, sudoración, aceleración del ritmo cardíaco, herida abierta, correlativos, a modo de reverso del guante, a miedo, angustia, desorientación, incluso pérdida de la conciencia si el golpe ha sido lo bastante fuerte. Una acción siempre es múltiple, seguida de las reacciones correspondientes, y difumina los límites de lo orgánico y lo mental, invalida todo estatuto excluyente, oscurece las vías de comunicación. El verdadero sujeto del acontecimiento, así como la naturaleza del acto, retroceden al infinito, se alejan, cada vez que la investigación avanza; las pistas conducen a un callejón sin salida. Las motivaciones quedan aparte; el transeúnte anónimo, inconsciente en el suelo.