III

La santidad, las formas de martirio y mortificación del cuerpo, deberían ser objeto de especial atención y de revisión continua. Bajo un cielo gris y plomizo, una figura femenina, desnuda, cubierta tan sólo por una gabardina, tambaleándose, asciende a duras penas por unas rocas, mientras las olas salpican su cara; como lleva tacones, tropieza más de una vez, está a punto de caerse, pero logra conservar el equilibrio. Sigue el ascenso sin desfallecer, hacia el camino que bordea la costa; su largo pelo rubio es agitado por el viento, la carne rosada, el vello púbico, contrasta con al dureza del mineral que la rodea por todas partes, mar sólido de aristas cortantes. A medida que la elevación sobre el terreno la conduce a su destino, la actriz porno, muerta de frío, después del número de sexo al aire libre que acaba de realizar, se acerca a las cámaras y al micrófono de la entrevistadora que la esperan arriba. Nada más llegar, aterida, con el rimel corrido, los labios rojos despintados, tiritando, apenas oye qué le preguntan y casi que no puede hablar. En un susurro, más que con palabras, responde que no está muy bien pagado, y sí, sí que tiene mucho frío.