XI

AL ir a cruzar el semáforo, una mujer de pelo azabache, con un vestido negro vaporoso hasta las rodillas, ceñido a la cintura, entallado, y con botas negras, se puso a su altura. Entonces la vio. Durante unos segundos dejo que la belleza bañara sus ojos; abrió y entrecerró los párpados varias veces. Giró la vista al frente y empezó a andar, sin mirarla. No sabía si estaba huyendo o confiando en que todo no acabaría aquí; la suerte estaba de su lado, podía oír con una nitidez sorprendente, a pesar de la multitud, el sonido de la suela de goma de sus botas al rozar el suelo. Cerca. Siguió caminando acompañado por el paso rítmico; no veía nada, se negaba a mirar atrás, le perseguía el espectro audible de una belleza inalcanzable, que no quería mancillar.