XVIII

Una joven japonesa, vestida con ropa interior chillona, sentada en el suelo delante de una nevera con las puertas abiertas. Tiene los ojos cerrados; la cabeza ligeramente inclinada hacia arriba, a la espera de una ofrenda. Un hombre fuera de plano, eyacula en su cara desde la izquierda; el esperma cubre su cara como una máscara de cera. A continuación, desde la derecha, recibe otra eyaculación copiosa, que resbala por sus mejillas. Permanece inmóvil, mártir de una religión desconocida, sin parpadear. El sentido de la escena, del ritual profano, no parece ser otro sino revelar su cuerpo como frontera de lo frío y lo caliente, de lo mecánico y lo orgánico, del artificio y la naturaleza, sólido y líquido; zona de interposición donde se manifiesta LA diferencia, umbral femenino para dos miradas masculinas ausentes. Un velo blanco cubre sus ojos.